sábado, 30 de septiembre de 2017

LA CALLE PROCURADORES DE CIUDAD IMPERIAL

LA CALLE PROCURADORES DE CIUDAD IMPERIAL
Autor: Dr Max Vizcarra Maldonado
Existen hechos que, por más insignificantes que parezcan deben ser registrados en blanco y negro, las generaciones no deben pasar por este mundo sin dejar rastro, considero importante escribir estas vivencias que desde muy niño las he percibido en el seno de mi hogar. En gran parte son ocurrencias singulares de una familia afincada en Cusco. Se inician en el contexto de los primeras décadas del siglo veinte. Cusco en la época era una ciudad al igual que todas las de la Sierra del Perú donde las familias tradicionales conservaban sus hábitos ancestrales. Las costumbres coloniales que se perpetuaban por la lejanía de la capital. La falta de comunicación y ausencia de apertura al mundo occidental, el nulo contacto con las civilizaciones que monopolizaban el avance científico y tecnológico, la inercia y el conformismo de los pobladores en plena transculturización, creaba un ambiente colonial.

El tiempo se había detenido y las leyes del estado peruano preservaban la superioridad del mestizo y la inferioridad del indio, la reverencia de los patrones y el desprecio a los sirvientes, la vida cómoda del poseído y la miseria del desposeído, la limpieza del propietario y la hediondez del sin tierra, la cultura del claro y la ignorancia del oscuro, el ascenso del lego y el descenso del ignorante, el profesionalismo del bien hablado y la impericia del iletrado, la relevancia del apellido español y la minucia del apellido quechua, la trascendencia del poco indio y la futilidad del muy indio, la estima al descendiente de familia conocida y el odio al recién bajado, el reconocimiento del hijo legítimo y el olvido del bastardo, la elegancia del barbudo y lo vulgar del lampiño.

En cada paso o peldaño de las estrechas calles de esta hermosa ciudad incaica, se siente en la atmósfera, la prodigiosa fortaleza de la cultura inca, valiosas edificaciones de piedra que fueron destruidas por iletrados españoles para construir sobre ellas viviendas de adobe y yeso. La precaria situación económica y las costumbres arcaicas permitían que los mestizos pobres y los indígenas se desempeñen como sirvientes domésticos en medio de malos tratos, vejaciones y abuso sexual de parte los patrones y sus hijos. La mayor parte de las familias solventes tenían dos a tres amas o sirvientas.  

La lengua más utilizada en el ambiente familiar era una mescla de español mal hablado con quechua castellanizado, es decir no era ni español ni quechua, por ejemplo los números se pronunciaban con particularidades: vente por veinte, seise por seis, doze por doce. La quechualización del español aportaba nuevos términos; mamacha por mamá, puertacha por puerta, juanacha por juana, zapatuita por zapato, camata por cama. El uso continuo de palabras quechuas adornaba el léxico de los pobladores; alalau (que frio), atatau (que feo), acacau (que calor), achacau (que dolor) achachau (que incertidumbre), atatau (que feo), añañau (que rico), tacau (que miedo). El uso de apelativos o sobrenombres era costumbre; el sapsa (el desaseado), el zurrucha (el rubio), el yana (el negro), el soncco (el corazón), el calapata (sin dinero), el weccro (el chueco), el yanacusillo (el mono negro), la maucacusillo (la mona negra), el chucchu (el nervioso), el ccuchi ( el cerdo), el ccunccu (el degenerado), el macta (el joven) el weracocha (el señor) el wiswi (el cochino). La timidez para hablar en público por el miedo de ser criticado por el mal uso del lenguaje se contrastaba con la soltura que poseían para soltar bromas pesadas, inventar sobrenombres, algunos ofensivos otros vulgares. Era el reflejo de la conducta social y psicológica del poblador serrano de la época.

Cusco en la época de los años cincuenta, era una ciudad calma, mantenía muchas tradiciones influenciadas principalmente por la religión católica. El intenso frío curtía los rostros de sus pobladores,  la falta de oxígeno por su altura de más tres mil trescientos metros sobre el nivel del mar, ahuyentaba a los inmigrantes, solo permitía a los turistas en calidad de visitantes. Los cerros que rodeaban la ciudad cual paredes de adobe, encajonaban el ambiente, ejerciendo influencia en la formación en el carácter de sus habitantes. El rio Huatanay que en su ingreso a la cuidad arrastraba aguas limpias y trasparentes, servía para la recreación de la juventud y en su salida se llevaba dócilmente los desechos de la ciudad. El resplandeciente cielo azul en el día, se transformaba en las noches en un festival de luceros, estrellas y cometas.

Por cualquier lugar de la ciudad se hacían presentes los vestigios de la milenaria y poderosa cultura inca, grandes palacios, fortalezas y estrechas calles adornadas con la impactante arquitectura incaica, se preservaban para su reconocimiento y valoración futura, claro que  algunos lugares servían de urinarios  para los transeúntes y borrachos locales, como son las calles Siete Culebras, Loreto y Huaynapata. En esta última se habían instalado unos hediondos urinarios que para cruzar por dicha callejuela tenías que tomar aire, aguantar la respiración y pasar corriendo a fin de evitar el vomitivo olor a excremento y orines que emanaban los baños públicos que los borrachos y campesinos por pereza orinaban en sus inmediaciones. Los exteriores de la Iglesia Catedral, Compañía de Jesús, San Francisco y la Merced, también servían como depósito de excreciones.

La calle procuradores desemboca en la plaza de armas y colinda con las calles Tecsecocha, Coricalle y Suecia. En la época de los Incas era la principal arteria por donde el Inca y su séquito se desplazaba rumbo a la fortaleza de Saccehuaman y lugar donde vivían las familias de la nobleza del imperio. Tiene una privilegiada ubicación dentro del centro histórico del Cusco, sus casas de adobe y palos con techo de tejas que fueron construidas en la colonia sobre parte del Palacio del Inca Pachacutec y otras importantes edificaciones que hasta hoy se mantienen intactas, lo único que tememos que hacer es escavar medio metro y encontraremos los tesoros de los Incas, hecho que le da alto valor histórico económico y turístico, por ser la calle principal de la ciudad y sus características arquitectónicas, reservada solo para peatones es la más visitada y transitada, solo el Jirón de la Unión en Lima la supera en volumen de personas que transitan por sus veredas.

En la época de la colonia fue conocida como el lugar donde se alojaban los Virreyes y representantes del Rey de España, principalmente los Procuradores de la Real Audiencia de la Corona Española, de lo último es que proviene su nombre.

En la década de mil novecientos sesenta y nueve recibió la influencia de la época denominada del Hippismo, pues después del  festival Rock de Woodstock se planeó  replicar este histórico evento musical en Machupicchu, por lo que gran cantidad de turistas emigraron a este lugar, creándose un ambiente cosmopolita y de cierto descontrol, libertinaje y caos por estos hechos es que la denominan “Chicago chico” del Cusco. Gran cantidad de hippies, trotamundos, mochileros, drogadictos, alcohólicos, prostitutas pululaban en sus veredas por la presencia de cantinas, huariques, hospedajes, casas de cita, venta ilegal de estupefacientes que le dan vida diurna y nocturna, ante la tolerancia y permisividad de los vecinos y autoridades de la ciudad. Como precedente podemos anotar que el año setenta y uno el Gobierno de Velazco Alvarado prohibió el ingreso al Perú del Grupo Santana, con este antecedente se desvanecieron los planes para materializar el famoso concierto Rock en Machupicchu. Pese a esto la calle Procurados continuó con su apogeo.

En la época, los abogados y empleados bancarios elegantemente vestidos al terno, concurrían con puntualidad a las picanterías y chicherías, para tomar  el famoso desayuno de media mañana. Estos locales lucían en sus exteriores un palo pendiente de la puerta de ingreso en el que flameaba una escarapela de papel roja y blanca. Tenían menos categoría que los huariques. “El Rocoto Maldito o La Chola” así como el “Atapuncco” eran las más populares y concurridas, para tomar la rica chicha de maíz en caporal o la famosa frutillada, pedir a la mamacha un plato “extra”, que consistía en un rico plato de chicharrones a la cusqueña, o adobo de chancho. Era motivo suficiente para tomarse una docena de vasos de chicha o frutillada, también podías pedir un “cuy” que eliges al momento, uno de los que corretean bajo las polleras de la paisana que cocinaba, atendía a los clientes y cobraba.