LA CALLE
PROCURADORES DE CIUDAD IMPERIAL
Autor: Dr Max
Vizcarra Maldonado
Existen hechos que, por más
insignificantes que parezcan deben ser registrados en blanco y negro, las
generaciones no deben pasar por este mundo sin dejar rastro, considero
importante escribir estas vivencias que desde muy niño las he percibido en el seno
de mi hogar. En gran parte son ocurrencias singulares de una familia afincada
en Cusco. Se inician en el contexto de los primeras décadas del siglo
veinte. Cusco en la época era una ciudad al igual que todas las de la Sierra
del Perú donde las familias tradicionales conservaban sus hábitos ancestrales. Las
costumbres coloniales que se perpetuaban por la
lejanía de la capital. La falta de comunicación y ausencia de apertura al mundo
occidental, el nulo contacto con las civilizaciones que monopolizaban el avance
científico y tecnológico, la inercia y el conformismo de los pobladores en
plena transculturización, creaba un ambiente colonial.
El tiempo se había detenido y las
leyes del estado peruano preservaban la superioridad del mestizo y la
inferioridad del indio, la reverencia de los patrones y el desprecio a los
sirvientes, la vida cómoda del poseído y la miseria del desposeído, la limpieza
del propietario y la hediondez del sin tierra, la cultura del claro y la
ignorancia del oscuro, el ascenso del lego y el descenso del ignorante, el
profesionalismo del bien hablado y la impericia del iletrado, la relevancia del
apellido español y la minucia del apellido quechua, la trascendencia del poco
indio y la futilidad del muy indio, la estima al descendiente de familia conocida
y el odio al recién bajado, el reconocimiento del hijo legítimo y el olvido del
bastardo, la elegancia del barbudo y lo vulgar del lampiño.
En cada paso o peldaño de las
estrechas calles de esta hermosa ciudad incaica, se siente en la atmósfera, la prodigiosa
fortaleza de la cultura inca, valiosas edificaciones de piedra que fueron
destruidas por iletrados españoles para construir sobre ellas viviendas de adobe y yeso. La precaria
situación económica y las costumbres arcaicas permitían que los mestizos pobres
y los indígenas se desempeñen como sirvientes domésticos en medio de malos tratos, vejaciones y abuso sexual de parte los patrones y sus hijos. La mayor parte de las
familias solventes tenían dos a tres amas o sirvientas.
La lengua más utilizada en el ambiente
familiar era una mescla de español mal hablado con quechua castellanizado, es
decir no era ni español ni quechua, por ejemplo los números se pronunciaban con
particularidades: vente por veinte, seise por seis, doze por doce.
La quechualización del español aportaba nuevos términos; mamacha por mamá,
puertacha por puerta, juanacha por juana, zapatuita por zapato, camata por
cama. El uso continuo de palabras quechuas adornaba el léxico de los pobladores;
alalau (que frio), atatau (que feo), acacau (que calor), achacau (que dolor)
achachau (que incertidumbre), atatau (que feo), añañau (que rico), tacau (que
miedo). El uso de apelativos o sobrenombres era costumbre; el sapsa (el
desaseado), el zurrucha (el rubio), el yana (el negro), el soncco (el corazón),
el calapata (sin dinero), el weccro (el chueco), el yanacusillo (el mono
negro), la maucacusillo (la mona negra), el chucchu (el nervioso), el ccuchi (
el cerdo), el ccunccu (el degenerado), el macta (el joven) el weracocha (el
señor) el wiswi (el cochino). La timidez para hablar en público por el miedo de
ser criticado por el mal uso del lenguaje se contrastaba con la soltura que poseían para soltar bromas
pesadas, inventar sobrenombres, algunos ofensivos otros vulgares. Era el reflejo
de la conducta social y psicológica del poblador serrano de la época.
Cusco en la época de los años
cincuenta, era una ciudad calma, mantenía muchas tradiciones influenciadas
principalmente por la religión católica. El intenso frío curtía los rostros de
sus pobladores, la falta de oxígeno por
su altura de más tres mil trescientos metros sobre el nivel del mar, ahuyentaba
a los inmigrantes, solo permitía a los turistas en calidad de visitantes. Los
cerros que rodeaban la ciudad cual paredes de adobe, encajonaban el ambiente,
ejerciendo influencia en la formación en el carácter de sus habitantes. El rio
Huatanay que en su ingreso a la cuidad arrastraba aguas limpias y trasparentes,
servía para la recreación de la juventud y en su salida se llevaba dócilmente
los desechos de la ciudad. El resplandeciente cielo azul en el día, se
transformaba en las noches en un festival de luceros, estrellas y cometas.
Por cualquier lugar de la ciudad se hacían
presentes los vestigios de la milenaria y poderosa cultura inca, grandes palacios,
fortalezas y estrechas calles adornadas con la impactante arquitectura incaica,
se preservaban para su reconocimiento y valoración futura, claro que algunos lugares servían de urinarios para los transeúntes y borrachos locales,
como son las calles Siete Culebras, Loreto y Huaynapata. En esta última se
habían instalado unos hediondos urinarios que para cruzar por dicha callejuela
tenías que tomar aire, aguantar la respiración y pasar corriendo a fin de
evitar el vomitivo olor a excremento y orines que emanaban los baños públicos
que los borrachos y campesinos por pereza orinaban en sus inmediaciones. Los exteriores
de la Iglesia Catedral, Compañía de Jesús, San Francisco y la Merced, también servían
como depósito de excreciones.
La calle procuradores desemboca en la
plaza de armas y colinda con las calles Tecsecocha, Coricalle y Suecia. En la
época de los Incas era la principal arteria por donde el Inca y su séquito se
desplazaba rumbo a la fortaleza de Saccehuaman y lugar donde vivían las familias
de la nobleza del imperio. Tiene una privilegiada ubicación dentro del centro
histórico del Cusco, sus casas de adobe y palos con techo de tejas que fueron
construidas en la colonia sobre parte del Palacio del Inca Pachacutec y otras
importantes edificaciones que hasta hoy se mantienen intactas, lo único que
tememos que hacer es escavar medio metro y encontraremos los tesoros de los
Incas, hecho que le da alto valor histórico económico y turístico, por ser la
calle principal de la ciudad y sus características arquitectónicas, reservada
solo para peatones es la más visitada y transitada, solo el Jirón de la Unión
en Lima la supera en volumen de personas que transitan por sus veredas.
En la época de la colonia fue conocida
como el lugar donde se alojaban los Virreyes y representantes del Rey de
España, principalmente los Procuradores de la Real Audiencia de la Corona
Española, de lo último es que proviene su nombre.
En la década de mil novecientos
sesenta y nueve recibió la influencia de la época denominada del Hippismo, pues
después del festival Rock de Woodstock
se planeó replicar este histórico evento
musical en Machupicchu, por lo que gran cantidad de turistas emigraron a este
lugar, creándose un ambiente cosmopolita y de cierto descontrol, libertinaje y caos por estos hechos es que la denominan “Chicago chico” del Cusco. Gran
cantidad de hippies, trotamundos, mochileros, drogadictos, alcohólicos,
prostitutas pululaban en sus veredas por la presencia de cantinas,
huariques, hospedajes, casas de cita, venta ilegal de estupefacientes que le
dan vida diurna y nocturna, ante la tolerancia y permisividad de los vecinos y
autoridades de la ciudad. Como precedente podemos anotar que el año setenta y
uno el Gobierno de Velazco Alvarado prohibió el ingreso al Perú del Grupo
Santana, con este antecedente se desvanecieron los planes para materializar el famoso concierto Rock en Machupicchu. Pese
a esto la calle Procurados continuó con su apogeo.
En la época, los abogados y empleados bancarios
elegantemente vestidos al terno, concurrían con puntualidad a las picanterías y
chicherías, para tomar el famoso
desayuno de media mañana. Estos locales lucían en sus exteriores un palo pendiente de la puerta de ingreso en el
que flameaba una escarapela de papel roja y blanca. Tenían menos categoría que
los huariques. “El Rocoto Maldito o La Chola” así como el “Atapuncco” eran las
más populares y concurridas, para tomar la rica chicha de maíz en caporal o la
famosa frutillada, pedir a la mamacha un plato “extra”, que consistía en un
rico plato de chicharrones a la cusqueña, o adobo de chancho. Era motivo
suficiente para tomarse una docena de vasos de chicha o frutillada, también
podías pedir un “cuy” que eliges al momento, uno de los que corretean bajo las
polleras de la paisana que cocinaba, atendía a los clientes y cobraba.